Virgen de Guadalupe, es una fábula nos cuenta Fray Servando Teresa de Mier

Fray Servando Teresa de Mier nos relata como se construyo la fábula de la aparición de la virgen de Guadalupe.

...¿quiénes son los indios mexicanos, cuándo, y de dónde vinieron, si se les anunció al principio el evangelio, y por qué apóstol? 

“La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe no está pintada sobre la tilma de Juan Diego sino sobre la capa de Santo Tomás Apóstol de este reino.” Primera proposición.

“La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe antes de 1750 años ya era celebre, y adorada por los indios ya cristianos en la cima plana de esta sierra de Tenanyuca donde la erigió templo y colocó Santo Tomás.” Segunda proposición.

“Apostatas los indios muy en breve de nuestra religión maltrataron la imagen, que seguramente no pudieron borrar y Santo Tomás la escondió hasta que 10 años después de la conquista apareció a Juan Diego la Reina de los Cielos pidiendo templo para servirnos de madre y le entregó la última vez su antigua imagen para que la presentase ante el señor Zumárraga.” Tercera proposición.


“La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es pintura de los principios del siglo primero de la Iglesia; pero así como su conservación su pincel es superior a toda humana industria, como que la misma Virgen María viviendo en carne mortal se estampó naturalmente en el ayatl o lienzo.” Cuarta proposición.

 



Carta 5 del doctor fray Servando Teresa de Mier al doctor Muñoz, sobre la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe.
San Pablo de Burgos, junio de 1797. 

TOMO III
NÚMERO 4

CARTA V

Muy señor mío:

Hemos llegado al fin de la comedia; quiero decir que ya no me falta sino probar que el famoso manuscrito de don Valeriano, cuyos anacronismos, contradicciones, falsedades y errores dejo probados, es una comedia, novela o auto sacramental a estilo de su tiempo, en que se propuso persuadir que la Virgen de Guadalupe es la misma que ellos adoraban antes en Tonan de Tepeyacac, bajo el nombre de de Tonantzin; y en la cual es fácil señalar dónde fue tomando el indio los argumentos para cada parte del drama.

Y esta parte es la menos difícil de probar, porque ya tengo adelantadas la mayor parte de las pruebas.

Vuestra señoría sabe que en el siglo de la conquista las comedias de santos o historias sagradas estaban en España muy en boga, y no hace mucho que han caído las farsas en las iglesias.

Bien testigo de este gusto son los que llamamos autos sacramentales, y han escrito nuestros Calderones.

Hoy se reproducen en todos los teatros de Europa, durante la Cuaresma, bajo el nombre de oratorios.

Los primeros misioneros encontraron este mismo gusto y con mayor exceso dentro y fuera de los templos de México.

En lo civil y en lo sagrado todo era representación entre los aztecas.

Tenían también sus teatros; y ellos fueron los primeros que comenzaron a representar en farsas la conquista.

Nuestros misioneros les siguieron el genio, y aun Casas se valió de este medio para ganar y catequizar sin sangre alguna la Verapaz.

En México las primeras procesiones aun del

Santísimo, como las refiere Torquemada, fueron figuradas.

En todo se acomodaban a sus usos los misioneros, sin variarles más que el objeto.

Todavía en los pueblos se hacen danzas en las iglesias, y la semana santa en todos es una representación al vivo.

Las procesiones se interrumpen con poesías que llaman loas.

Desde la edad de cinco años, ya yo dije una vestida de ángel, y después comparecí en varios diálogos o certámenes poéticos.

Especialmente nunca falta algo de esto en las procesiones de Guadalupe.

En las casas principales de México todavía se celebra el nacimiento de Cristo con autos sacramentales, y no se han excluido enteramente del teatro.

Especialmente la comedia de Nuestra Señora de Guadalupe no deja de celebrarse en todos los lugares de nuestra América, aunque el teatro no sea más que de muñecos; y tras de las rosas, el montecillo, la fuente, nos vamos perdidos los muchachos.

Por el estilo, pues, corriente en España en aquel tiempo de autos sacramentales o comedias a lo divino, se celebraban muchas en el colegio de los indios de Santiago en su propia lengua; testigo el padre Torquemada, que tuvo parte en las composiciones a lo menos en prosa, y se admira de que fue tanto lo que añadió de suyo el indito actor en una de sus composiciones, que no conocía su obra.

Allí se crió, allí estaba entonces y enseñaba don Antonio Valeriano, así como todavía está al lado de la iglesia un terrado antiguo, teatro de los indios de Tlaltelolco.

También componían en verso y dice Boturini que tenían dos comedias de Guadalupe en mexicano, en que no puede expresar bastante la finura y delicadeza con que la Virgen hablaba y el indio respondía.

Tal vez el manuscrito de don Valeriano dio la materia a estas y a los cantares que sobre la aparición cantaban los indios en las fiestas de Guadalupe, y dice Tanco les oyó de muchacho.

Por ser pues el autor del manuscrito, catedrático de Santiago, donde tal vez se había de representar la escena, dirigió a Juan Diego para allá, aunque no existía aún; y para continuar los viajes del drama, lo supuso feligrés de allí, aunque natural de Cuautitlán.

La trama la formó luego de la aparición al mismo pastorcito en 1556, y de otra que cuenta Torquemada hecha a las orillas de la laguna, en un viernes del año 1575, a un indio de Atzcatpozalco, en figura de una india, con su manto azul.

Le mandó que fuera al guardián de Xochimilco (que creo era el padre Mendieta), y le dijese de su parte que avivase a las gentes hiciesen penitencia, porque estaba para venir una grande calamidad, que en efecto se experimentó en tiempo del virrey Enríquez, y murieron dos millones de indios; testigos Mendieta y Torquemada, y de propia vista lo cuenta con algunos pormenores Dávila Padilla, que escribía en el pueblo de Tepetlastoc, y certifica este número por padrón que mandó levantar dicho virrey.

El guardián no le hizo caso al indio; pero él repitió sus viajes, dice Torquemada, con la misma demanda; y viendo el guardián la constancia del indio, entró en cuidado, y dijo en la iglesia al pueblo lo que se le mandaba; que por ventura, concluye Torquemada, fue de algún provecho.

Muy parecida es esta admiración de la constancia del indio en llevar los recados de la Virgen al guardián, aunque desairado de él, a lo sucedido con Juan Diego.

Y el poner don Valeriano, como ya en otra parte advertí, la aparición de la Virgen de Guadalupe en viernes, aunque todos la ponen en sábado, me parece que quiso aludir a la aparición hecha ese día al indio que Torquemada cita con dos nombres, natural de Atzcatpozalco, de donde era don Valeriano, que en el mismo manuscrito da muchas noticias de las cosas de su tierra, como notó Boturini.

No dudo que de este pasaje tomó los recados de la Virgen, que para hacer lo que siempre acostumbraba la tonantzin, apareció también a uno sólo, y le reveló cosas secretas.

Valeriano puso en lugar de Xochimilco a Santiago, lugar de la escena; en lugar del cura franciscano, al obispo también franciscano; nombró en lugar del indio de su tierra, a Juan Diego; y en lugar del sábado de éste, al viernes de aquél; y tal vez para que aquel no quedase sin su aparición, puso con una a Juan Bernardino.

Acomodó en su persona la enfermedad y salud de Juan Diego, que refiere el virrey; y no dejó de insinuar la edad de éste, y aun su enfermedad, en la primer salutación que le hizo la Virgen, y que tal vez no quiso omitir, aunque chocante con el resto, por esto quizá lo único que el indito refería haberle dicho la Virgen de Guadalupe cuando lo sanó.

O más bien todo el tenor de los recados y las respuestas del indio están tomadas de la Sagrada Escritura, como que don Valeriano era latino.

A mi ver, las palabras primeras de la Virgen: “hijo mío Juan Diego, a quien yo amo como a pequeñito y delicado”, son copias de las de Dios, filibus meas parbulus et delicatus, Ephain.

Las demás están copiadas de las que dijo Dios a Moisés cuando (pascebat oves soceri sui) lo envió a faraón para que diese libertad a su pueblo, y de las respuestas de Moisés a Dios.

Y no faltan algunas del mismo en las promesas que hizo a Abraham.

Es el caso que como los conquistadores, destruyeron casi todas las ciudades y los pueblos de la Nueva España, o las maltrataron infinito, arruinando especialmente a México y todas las poblaciones de los contornos cuando su sitio, su reedificación fue una de las mayores vejaciones y calamidades que padecieron los indios.

Para el año de 1524 ya tenía Cortés reedificado a México; y como por haber concedido a los mexicanos el gobierno de sus dos barrios Tenochtitlán y Tlaltelolco, ocurrieron al trabajo infinitos abandonando sus sementeras, murieron de hambre 25 o 30 mil.

La misma faena se les impuso por todo el reino, sin pagarles nada, ni aun darles de comer.

Y lo peor fue que con el título de doctrinarios, determinaron recoger en lugares nuevos a todos los que conforme a la buena economía política vivían derramados por los campos para atender a la labranza a que eran tan dados.

Dice Cortés que no había un palmo de terreno que no estuviese labrado.

Para esta trasmigración emanaron una porción de cédulas reales y no sólo tuvieron el dolor de verse arrancados de su naturaleza y sus pocos bienes, sino que los trasportaron y amontonaron en lugares infectos y desproporcionados, por reservarse los conquistadores los mejores sitios para sus haciendas.

Da lastima leer todo esto en Torquemada; y no cesó esta desolación hasta que un indio desesperado se ahorcó, lo que asombró a toda la tierra, por ser inaudito el suicidio entre los indios.

Aun los desafíos por eso se reservan para el tiempo de guerra, en que cada uno de los contendientes procuraba dar mayores pruebas de valor contra el enemigo.

Así fue que de este trabajo junto a la esclavitud que no cesó hasta 1554, a la obra del desagüe, que costó infinitas vidas, y la continua milicia contra otros reinos, les sobrevino hacia los años de 1560 una epidemia tal, que se llevó dice Torquemada, las tres de las cuatro partes de los indios.

El padre Mendieta escribió también de propósito una obra intitulada: “de las diez plagas de Egipto que cayeron sobre los indios”.

Con esto ocurrió al indio Valeriano que así como a Moisés apacentando las ovejas de su suegro Jetró apareció el Dios de sus padres en un monte, y le mandó llevar orden a faraón de dar libertad a su pueblo esclavizado y oprimido, especialmente operibus duris lateris, para que en el mismo monte le ofreciese sacrificios; así la Madre del verdadero Dios y antigua madre de las gentes del Anáhuac, apareció pastorcita a Juan Diego en otro monte, y le envió al obispo para que les permitiese ofrecerle sacrificios en aquel mismo monte, reedificándose su templo, desde donde quería protegerlos contra la opresión, y mostrar sus antiguas entrañas de madre ad gentes generis sui, como allá dice la escritura.

Váyanse confrontando las palabras de la Virgen a Juan Diego desde el primer recado en que le dijo: “ve al obispo y dile que te envía la madre del verdadero Dios”, con las que Dios dijo a Moisés; y las respuestas y excusas que éste le dio, con las de Juan Diego a la Virgen, y se verá que son las mismas mutatis mutandis, y no tan bien mudadas que de haberlas dejado a la letra no resulten los inconvenientes que noté cuando hablé de la impropiedad con que la nueva ley acomodó también la promesa hecha a Abraham benedicam et magnificabo nomen tuum, et crescere te faciam in gentem magnam, y otras semejantes.

Allá se le dio a Moisés la vara por señal ante faraón; aquí flores; allá se mandó Dios dar por nombre, el que es; y acá Guadalupe; allá se dio a Moisés por ayuda a su hermano Aarón; acá también se dio el tío a Juan Diego.

Nada falta. El plagio es evidente, y por consiguiente la ficción.

Todo lo demás esta tomado de la historia de la Teotenantzin con su pelo y con su lana, y hasta con los mismos errores mitológicos que el paraíso azteca, como se ha demostrado en mis cartas anteriores.

Y si es cierto, como dice Tanco, que el 22 de diciembre fue la aparición, se escogió ese día, como también tengo notado, porque en él era una de las fiestas principales de la tonantzin, así como se hizo correr entre la aparición de la Virgen y la pintura cinco días, porque esos tardaban los indios en hacer las imágenes de los dioses de los montes para sus fiestas.

La fábrica de la ermita a costa del obispo, la procesión con su asistencia, las naumaquias y fiestas que cuenta el indio hechas para la traslación, son copia de lo sucedido con el Colegio de Santiago, que el obispo Zumárraga hizo a su costa; y el día que se estrenó, estableciendo en él sesenta inditos, fue el obispo en procesión, comió allá en el refectorio de los frailes, y hubo todas esas naumaquias y fiestas, como todo consta de Torquemada.

Valeriano retrotrajo todo al año 1531, porque por ese tiempo contaban los indios, según Becerra, que la tonantzin andaba por el cerrillo pidiendo la reedificación de su templo.

He aquí la pretendida y ruidosa historia de Guadalupe.

¡Cuántas otras fábulas no se han convertido en historias con el tiempo, y especialmente si se les ha puesto en solfa de comedia! De los ensayos que hacían los jóvenes de los monasterios para ejercitarse en la elocuencia sobre las vidas de los santos y las pasiones de los mártires, que guardados en los archivos, se creyeron después manuscritos verdaderos, se juzga que nos han venido tantas leyendas y actas falsas, de las cuales muchas insertaron como legítimás Sócrates y Sozomeno, sin que todavía acabe la crítica de poder expurgar completamente la historia eclesiástica.

La oficina de imposturas del jesuita Román de la Higuera en Toledo ¡cuántas fábulas no ha introducido en la historia eclesiástica de España, y hasta santos en nuestras iglesias, que nunca han existido! ¡Cuántos santos no introdujeron en nuestro breviario los franceses desde que por una irrupción en el siglo once ocuparon en España casi todas las iglesias y monasterios, y que después autorizaron solemnemente los papas y los reyes!

Pero si la pretendida historia de Guadalupe es una fábula, no resulta de lo alejado menos cierto que Valeriano pretendió persuadir no sólo que era la misma Virgen Santísima la que ellos veneraban allí, sino que la imagen de Guadalupe era la misma en la cual la daban culto.

Lo primero resulta de los mismos recados que pone en la boca de la Virgen.

Y aun quiere que el paraíso que ellos creían, y en que decían habitar la tonantzin, era el mismo paraíso cristiano, pues hace exclamar a Juan Diego en la primera aparición: “¿estoy yo en el paraíso de mis mayores, que llamaron origen de toda carne?” Que era también la misma imagen de Guadalupe la que ellos adoraban antes allí, lo deja inferir en el mismo hecho de afirmar que ya estaba pintada cuando se trajo al obispo, es decir, que la Virgen le envió su antigua imagen.

Y cierto está retocada, pues Bartolache concuerda en que se pusieron en la imagen manos atrevidas, corrompiendo, dice, el sagrado original de que restan rasgos y pintórrafos alrededor.

Florencia dice que le contaron que antiguamente, para que hiciesen compañía a la imagen, alguno le pintó una orla de ángeles que como de pincel humano se deshicieron con el tiempo; y de allí han quedado esos pintórrofos.

Eso es adivinar; nada hay de cierto sino que antiguamente pusieron mano para retocarla, sin que se sepa cuándo.

Desde el principio de la conquista, o desde el arribo de los españoles, los indios siempre sostuvieron que su antigua religión era la misma de los cristianos.

Cuando Cortés expuso esto a Moteuhtzoma, dice que le reprendió: “esa misma es la religión que nos enseñó Quetzalcohuatl; nosotros la hemos olvidado o trastornado con el transcurso del tiempo, tú que vienes ahora de su Corte, ve diciendo lo que debemos temer y creer, y lo iremos haciendo.”

De manera que si no hubiese habido otro fin que el de la religión, sin una gota de sangre estaba todo el reino convertido.

Así dice Torquemada que los indios después de la conquista, andaban muy solícitos en averiguar si los españoles sabían sus antiguallas, y no cesabanle inquirir dónde era Huehuetlapallan o la gran tierra colorada, a donde se había ido Quetzalcohuatl.

Torquemada cuenta cómo a un misionero le aseguró un indio otomite habían tenido a Jesucristo, con rostro sañudo, pintado en un libro, cuyas hojas volvían por respeto con una varilla; que por ocultarlo de los españoles lo habían enterrado y se pudrió, pero que si existiera, verían la misma doctrina.

El mismo Torquemada cuenta cómo los misioneros dominicos encontraron en sus pinturas imágenes de la Virgen y de Cristo en la cruz, no clavado, sino atado, y así creían que estuvo; en lo cual van conformes con los cristianos de Santo Tomé en el Oriente, porque en todo él dan el tormento de la cruz con cordeles, como se puedo ver en la historia de los mártires del Japón.

También fray Gregorio García en su “Predicación del evangelio en el nuevo mundo viviendo los apóstoles,” afirma que los misioneros dominicos encontraron entre los indios toda la Biblia en figuras; lo que temiendo no le creyesen en España, pidió a los misioneros en Veracruz su testimonio por escrito, y se lo dieron.

Sobre esto tengo prometido a vuestra señoría hablar adelante de propósito.

Por ahora sólo digo que los indios todos creían efectivamente que nuestra religión era la misma suya, aunque desfigurada con el tiempo; y aunque no se atrevían a decirlo delante de los españoles, viendo que todos lo reputaban hechizos e idolatría, y el furor con que quemaban sus manuscritos y sus imágenes sin distinción, horrorizados de los jeroglíficos de que las veían cargadas y no entendían, pero escondían los manuscritos o los rehacían; y ocultaban con empeño las imágenes, o las retocaban, o las pintaban de nuevo, y las llevaban y las dejaban en las iglesias.

Y cuando los españoles las colocaban en ellas, ellos en su lengua, que estos no entendían, les aplicaban las mismas historias; sin dejar tampoco de mezclar en los manuscritos, como en las imágenes, rasgos de mitología; lo que dio lugar, como tengo dicho, a un decreto del 2° Concilio Mexicano prohibiéndolas.

Y una de ellas es la imagen de Guadalupe, como luego voy a decir.

Puntualmente me toca ahora responder a todo lo que se alega en favor de la tradición, y se reduce a la pintura milagrosa de la imagen, y a las informaciones del año 1666.

Lo primero absolutamente ya no se puede sostener, pues Bartolache destruyó todos los fundamentos en que habían apoyado su dictamen los antiguos pintores, como ya dejo probado.

Vuestra señoría se acuerda también de lo que dije con Torquemada, que todas las imágenes de los retablos de Nueva España fueron pintadas en la escuela de pintura que puso para los indios el lego fray Pedro Gante; que entre los indios había pintores muy primos; y después que vieron nuestras imágenes de Flandes y España, se habían perfeccionado mucho, y nada había que no imitasen con perfección.

Esto supone que se traían a los principios muchas imágenes de España, y los conquistadores traían como extremeños la imagen del coro de Guadalupe, puesta allí treinta y dos años antes de la aparición, e idéntica en talla, color, adornos y nombre, como dice el historiador de Guadalupe de España, no negando la aparición de ésta, sino ensalzando por lo mismo aquella que la Virgen quiso tomar por modelo, y que con razón ponderan nuestros guadalupanos como semejante a la del Apocalipsis, pues puntualmente fue la resolución del capítulo geronimiano que se pusiese en el coro una imagen, de la cual se pudiera decir que era sicut mulier amicta sole.

Los misioneros por eso mismo la eligieron sin duda para poner su copia en Tepeyacac como la más parecida a la tonantzin.

Sólo hay la diferencia del lienzo indígena, el mismo que los indios destinaban para pinturas finas, la especie de sus colores extraídos de flores y yerbas que no conocemos, el bruñido o preparación para pintar que usaban, su pintura sin otra imprimación que los colores, y los defectos propios de su pincel que puede verse en el opúsculo del pintor Cabrera.

Tales son las manos, demasiado pequeñas; y lo son sin duda para una española, pero no para una indita, ni para una criollita que las tienen pequeñitas, y así los indios la pintaban por sus modelos.

Los otros defectos son la falta de aire en el ropaje, cosa muy común en las pinturas de los indios, y otros defectos sobre las contra luces o claroscuro.

Ese era el defecto de sus pinturas, y es en lo único, dice Clavijero, en que no se atreverá a compararlos con los pintores de Europa, aunque ni lo demás alcanzó, dice, a ver los retratos de sus reyes, y estaban muy bien hechos.

Hasta hoy profesan la pintura y escultura, y ellos son los que nos proveen de las imágenes mejores.

Bartolache confiesa todos los defectos de la imagen de Guadalupe, y aun se los pone por argumento bajo el texto Dei perfecta sunt opera.

Y dice que basta para esto la perfección relativa a su fin, a que no obstan algunos defectos, y pone ejemplo en el Santo Cristo de Ixmiquilpan, llamado comúnmente de Santa Teresa (porque se trajo de aquel pueblo, y se venera en Santa Teresa la antigua de México), sobre el cual hay informaciones de que milagrosamente se renovó a cuyo milagro no obstarían algunos defectos.

Pero el milagro consiste en la renovación, esto es, la restitución de su ser antiguo; y no dejaría de ser milagro la resurrección de un feo, tuerto o jorobado; pero es cosa distinta en una nueva producción milagrosa porque el defecto se atribuiría a la primera causa, no habiendo otra intermedia, como la hay en las obras de la naturaleza.

De éstas habla el texto, que es demasiado general.

Pero sobre las milagrosas, o que Dios produce inmediatamente hay un axioma de los teólogos, que es la piedra de toque sobre curaciones milagrosas etcétera.

Dona Dei miraculo collata exellentiora sunt; y una pintura hecha por milagro excluye todo defecto, y más siendo destinada, como la de Guadalupe según Bartolache, a servir de credencial para probar por sí que el indio era un enviado de la madre del Omnipotente.

¿Para qué es cansarnos?

Los indios se dieron a pintar, como dice Torquemada, infinitas imágenes, y el concilio 2º Mexicano las prohibió, esto es, todas aquellas en que ellos habían mezclado rasgos de su mitología.

Aunque el primero y segundo concilio Mexicano están en castellano, y el arzobispo Lorenzana fue el primero que los imprimió, pueden verse estos decretos en Cabrera (Escudo de armas) que los cita; y aun el tercer concilio que está impreso en latín, habla con extensión que todos sobre la veneración de las imágenes, para que no degenere en idolatría, por el exceso que sobre esto había en México en el siglo de la conquista en que se celebró.

Tampoco en Europa estuvieron los cristianos nuevos exentos del mismo defecto en orden a mezclar su antigua mitología en las imágenes, pues nota el cardenal Orsi que en las muchas imágenes que se excavan en los cementerios de Roma pertenecientes al tercero o cuarto siglo, los cristianos todavía rudos mezclaban rasgos de su mitología, y se ve a Jesucristo con las insignias de Júpiter.

Acá para hacer lo mismo había la razón particular de que lo que nosotros llamamos mitología de los aztecas ellos creían ser la religion cristiana.

¿Pero cuáles son esos rasgos mitológicos, se me dirá, que nadie ha visto hasta ahora en la imagen de Guadalupe? Es el color negro de la luna, sobre que nadie ha hecho

atención, aunque los pintores siempre la pintan así en las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe.

Ni he visto sobre esto otra mención que la que hace en Florencia el protomédico que cité, muy entusiasmado, el cual exornando su dictamen y hablando de las manos que se conoce haberse puesto en la imagen, dice, que alguno debió de querer poner plata sobre la luna, con que quedó negra, y oro sobre los rayos, con lo que los deslustró, haciéndolo caer por sobrepuesto.

Es increíble la ligereza con que se procede en favor de las materias de piedad, creyendo o que es lícito mentir en su favor, o que se les hace agravio estrechando un poco la crítica.

Este protomédico se puso a dar su dictamen casi de imaginación, sin observar la imagen.

Puntualmente el oro de los rayos es el más brillante que hay en la imagen, como notó posteriormente el pintor Cabrera en las inspecciones que hizo para sacar el dibujo y enviar una imagen a Benedicto XIV.

El oro de la túnica, dice, está deslustrado, y no se advierte aquel brillo que en el de los rayos; lo que atribuye al toque de estampas.

Así pues igualmente habla de imaginación cuando dice que a la luna debió alguno añadir plata, y la puso negra.

El oro no se pone negro porque le pongan encima plata, y el azogue lo único que hace es platearlo por poco tiempo hasta que se disipa; ni los pintores dejarían de distinguir el verdadero color negro, del ocasionado; ni seguirían copiando siempre este defecto.

Los indios pintaban la luna negra, conforme a su génesis mitológico que refiere Boturini del sol y la luna.

Aquel nació de haberse echado el penitente Yoappan en una hoguera; quiso imitarlo un buboso cuando ya la hoguera estaba casi apagada, y no restaban sino carbones; y se transformó en luna que por consiguiente salió negra.

¿Sería posible que la madre de Dios, pintándose milagrosamente, quisiese confirmar así el génesis mitológico de los indios contrario al verdadero Génesis de las Sagradas Escrituras? (Ver nota 1)

Otra circunstancia hay en que nadie ha reflejado sobre la imagen, y que me parece no podía convenir a un pincel divino; y es esta, que está pintada dentro de una hoja que llamamos penca de maguey.

Se sabe que de él extraen los indios la cerveza o pulque para la embriaguez, a que son propensos en extremo.

Por eso las leyes de sus emperadores eran terribles sobre esto.

A nadie, dice Herrera, se permitía beber sino una tasa (que llamamos allá cajete) a los ancianos una y dos a los soldados, De ahí al noble que se le emborrachaba se le trasquilaba que era la afrenta suma, y derribaba la casa como indigno de vivir en la sociedad; al mucehual le costaba la vida.

Cuenta Boturini que el emperador Netzahualcoyotzin cuando usurpado su imperio Teochichimecas anda fugitivo, encontrando que una parienta suya vendía pulque, la mató por su mano.

Relajado con la conquista el freno de las leyes, los indios se desenfrenaron en este punto; y para aturdir su dolor en medio de tanta opresión, se dieron de tal manera a la embriaguez; que por orden real se prohibió enteramente el pulque, lo que por haberse hecho de golpe, y enteramente, les causó en aquel siglo una gran mortandad y fue necesario volvérselo con limitaciones.

Sobre esto han emanado muchas órdenes reales, y ha habido mil representaciones porque el pulque es la destrucción de los indios, la causa de su miseria, de incestos, de riñas y de mil desórdenes.

¿Quería la Virgen como consagrar su inclinación, pintándose en su planta favorita, como otro Baco en medio de los pámpanos? Esta circunstancia me confirma en que es pintura de indios.

Otra prueba de que no es pintura milagrosa, es la posición de la luna con los cuernos para arriba, y la Virgen pisando en el interior del arco que forma.

Maluenda sobre el capítulo 12 del Apocalipsis, y el maestro Interian de Ayala en su Pintor cristiano advierte a los pintores que no debe pintarse así, porque la luna en conjunción con el sol se ve con los cuernos para abajo, y claro está que así debe pintarse, para que la mujer que está sobre la luna quede iluminada.

¿Podría incurrir el cielo en una falta semejante de física óptica?

Ni es la única copia que sacaron do la de Guadalupe del Coro; hay otra en el pueblo de Tecaxique sobre el mismo género de lienzo, e idéntica, excepto en que abajo tiene dos santos que le están abriendo el manto.

Es cierto que allá también cuentan otra aparición; pero estas son boberías.

No faltaba otra cosa sino que la madre de Dios anduviese pintándose tras de cada mata, reciente la conquista, y en medio de la más grosera idolatría.

Parece que nuestro Dios es otro que el de Israel y que habiendo mandado allá con tanto rigor en el decálogo que no se hiciesen imágenes, acá ha andado como al desquite pintándose él mismo en troncos y calabazas, como si los gentiles fuesen más ajenos de toda idolatría, que los judíos; y especialmente el vulgo groserísimo de los indios.

¡Su Iglesia mexicana empeñada en los concilios del siglo XVI en contener la idolatría de los indios, y Dios empellado en multiplicar imágenes!

La religión cristiana como hija del Dios de la verdad detesta las patrañas; y para que a algún predicador no suceda lo que a mí, diré aquí el origen de varias imágenes que hay en mi tierra Monterrey, para impedir que echen hondas raíces las fábulas.

Muchas hay en España sobre imágenes aparecidas, de que suelen contarse tres o cuatro en cada lugar.

Los que piensan más favorablemente de ellas, creen que son imágenes escondidas por los cristianos en tiempo de los moros, que han ido descubriendo, cómo la célebre imagen de Guadalupe en un paso de Cáceres.

Hay las aparecidas en troncos de árboles a pastores etcétera, inventadas por la necesidad.

La misma ha hecho que algunas pobres mujeres, leyendo u oyendo las historias de las de España, hayan copiado.

Había en mi tierra una pobre mujer, a quien conoció mi abuela materna doña María Iglesias que me lo contaba, y contaba la mujer que una imagencita que tenía, se le escapaba de noche a un roble que entre otros al norte de la ciudad tenía un hueco en el tronco, y que iba por ella (la llevaría de noche) al roble, donde la encontraba húmeda la falda de pasar un riachuelo que hay de por medio, y en ella algunos espinos, que llaman cadillos, como que iba a pié, aunque según me acuerdo no tiene pies la imagen.

Con esto ganaría limosnas la vieja, como otras fingiéndose brujas o hechiceras.

La vieja había hecho un patiecito ante el roble, rodeado de piedras, y lo barría y enfloraba el tronco.

Las mujeres paseándose solían ir a rezar por allí cuando yo era niño que metí varias veces la cabeza en el hueco, y cierto no cabía la tal Virgen.

Siendo segundo obispo de Monterrey el señor Berger, un leguito fernandino que llevó, de lo que se decía, formó una novena que imprimió, y un bendito hombre llamado tío José Alejandro cortó el roble arriba del hueco, y echó los cimientos de una capilla.

No sé si se habrá llevado a ella de la parroquia, a donde la dejó la mujer a su muerte, El capitán Barrio, que había sido allá gobernador, había mandado dinero para hacerle un nicho en mi tiempo.

Sépase que todo no tiene fundamento ninguno.

Los eclesiásticos no se oponen a estas cosas, por ser piadosas y porque les atraen limosnas de misas.

Hubo también en Monterrey hacia el año de 1756 una especie de diluvio, que llovió cuarenta días; un culebrón de agua caído en los andes, que allá llaman Sierra Madre, desembocó por Santa Catarina con inmensa furia; pero estrellándose en su ruta con una loma cerca de los nogales de San Pedro, fue a dar contra la de Chepevera, donde hoy está un palacio de recreación del obispo; y rechazando ésta la agua, tomó un lado de la ciudad, derramándose alguna por los campos.

Una india zapatera, que tenía una imagen de Nuestra Señora de talla como la antecedente, echó la voz de que la sacó, y la imagen dividió las aguas.

No se necesitaba para esto milagro; es el lugar más alto de la ciudad, y allí comienza un larguísimo reventón de piedra, donde están las canteras de la ciudad.

La india logró hacerle una capillita, y ésta se llamó la Casa de la Virgen, donde las mujeres iban a rezar de paseo los sábados.

Una señora rica que murió en Monterrey, dejó una manda para hacerle mejor capilla, que fue edificada a poca distancia, más cerca de la ciudad.

No tiene más fundamento que el antecedente.

Conocí también una doncella mayor, llamada tía Matiana que tenía un cuartito cerca de la parroquia, y comenzó a ponderar la virtud de una pintura de Santa Rita que tenía, a la cual se le llama Abogada de imposibles.

Como los nombres valen muchísimo para el pueblo, las señoras por pasear de noche y por algunos apuros que se les ofrecían, ocurrían a hacerle novenas; y tía Matiana, como la vi varias veces, les ponderaba que era abogada de imposibles.

Juntó sus medios, y se casó con un estanciero llamado tío Celedonio.

El cura le dijo entonces que ante el matrimonio era indecente estuviese la imagen; y el tío Celedonio se dio arte a juntar limosnas, y hacerlo una capilla.

La tía abuela, viuda pobre, con el ejemplo de la vecina pensó acreditar un cristo que estaba pintado al lado de un cuadro de su casa, a quien dio el título de Señor de las necesidades.

No sé si hizo progresos, a pesar de su facundia; el obstáculo era que el Cristo sólo ocupaba un canto del lienzo; si hubiera sido la imagen principal, logra fortuna.

El padre Barragán logró acreditar una imagen de Jesús (hecha a lo que creo en el pueblo de Tlaxcala, como todas las de Monterrey) labrándole un gran nicho dorado, y tapándolo con cortinas, etcétera, en la sacristía del convento de San Francisco; lo que le atrae muchas misas y limosnas.

A la prueba de la pintura milagrosa agregan los guadalupanos el milagro de su conservación.

Ya dije que los canónigos censores testifican que este milagro ya no ha querido Dios continuarlo, porque todos sus colores están saltados, y el lienzo no poco lastimado; pero añaden que no estaba así en 1666 cuando se hicieron las informaciones.

Yo pienso que estaba lo mismo, poco más o menos, pues todo lo que los protomédicos y Florencia hablan de manos atrevidas puestas en la imagen, pintórrafos, rasgos y ángeles, y celajes despintados alrededor, prueba que el lienzo no sólo estaba ya lastimado sino aun retocado.

Si los pintores cuya inspección fue también superficial, no lo expresaron, lo callarían por no desaficionar al pueblo, como lo callaron expresamente los de Bartolache después.

Ni alcanzo por qué ha de ser milagro la conservación de una pintura 135 años.

Alegan los protomédicos que los aires de la laguna son húmedos y nitrosos.

Pero a pesar de eso, ¿no se conservan en México pinturas de tanto y más tiempo?

En el general de Santo Domingo, que está chorreando agua, se conserva el retrato del venerable Betanzos fundador de la provincia, y del primer novicio que hubo, en el capítulo está la vida de Santo Domingo, y en el colateral o retablo mayor de la iglesia todas las pinturas son del que llamaron divino Herrera en el siglo XVII.

Sobre todo si es pintura de indios, y los colores do estos eran indelebles, no es maravilla que se conservase 135 años; sus pinturas jeroglíficas, coetáneas o anteriores a la conquista, aunque rodando, se conservan con colores vivísimos.

Me parece que los guadalupanos han oído cantar el gallo sobre la conservación milagrosa de los cuerpos de los santos; pero no ven que para ser milagrosa, es necesario, lo primero, que esté acompañada de virtudes porque también puede provenir de muchas causas; y lo segundo, se entiendo que ha de ser la conservación de las partes moles, como la lengua, los ojos, las fibras porque la disecación es una verdadera corrupción, como dice Benedicto XIV.

Para probar, pues, milagro de la conservación en la imagen, era necesario que en 1666 hubiesen probado que los colores se mantenían tiernos y frescos; lo demás es necedad.

En Herculano y Pompeyana se han conservado las pinturas al temple desde el primer siglo del cristianismo, en que las sumergió una erupción del Vesubio.

Sólo me resta responder a las informaciones del año de 1666.

Desde luego con testigos de oídas no hay fábula que no se pudiera probar, si se fuesen entresacando y buscando acá y allá, como se hizo, en materias piadosas, en que tantas gentes creen piadoso el mentir, y hacen escrúpulo de proceder con una crítica vigorosa.

Lo más que pueden probar al cabo, es un rumor que puede estar de mil maneras equivocado, porque con el tiempo siempre se van añadiendo circunstancias, hasta no conocerlo como dicen la madre que lo parió.

Tantum aevi longinqua potest mutare vetustas.

Ya tengo dicho de dónde pudo nacer el rumor de Guadalupe entre los indios.

Y en cuanto a lo demás, dejo demostrado con documentos que no había tal tradición; que ésta nació del primer autor impreso en 1648, y que por eso donde este erró, erraron todos los testigos, que habían por consiguiente bebido en aquella fuente.

No obstante, como el arzobispo Haro en su edicto de 1795 pendoleó tanto estas informaciones, hablaré con más extensión.

Dice que consta la tradición de Guadalupe de las informaciones hechas en 1666 con más de veinte testigos, de los cuales algunos lo supieron de las mismas personas que intervinieron y habían tenido parte en el milagro.

Era costumbre del arzobispo Haro componer sus edictos de retazos y plagios cogidos acá y allá.

Este pedazo lo tomó a la letra del exagerativo Florencia, sin reflexionar que habla oratoriamente, pues él mismo suma y da cuenta de dichas informaciones, y los testigos de ellas no fueron sino 18, a saber 8 indios de Cuautitlán, y 10 españoles criollos y europeos.

Florencia dice ponderativamente que fueron más de veinte, porque incluye los médicos y los pintores; pero estos sólo pueden llamarse testigos de la sobrenaturalidad de la pintura, y aquellos del milagro de la conservación; testimonio tan fallido como el de los testigos de la tradición.

Que estos supieron el milagro de los que intervinieron en él, es una mentira, pues Juan Diego murió según los autores guadalupanos en 1548, y Zumárraga por ese tiempo, y ninguno de los testigos pasa de 80 años de edad, sino un indio de 116 que tampoco pudo alcanzar a aquel año.

Ni hay según refiere sus testimonios Florencia, quien siquiera se refiera a ellos, sino una india vieja de 80 años, quien dice le contó su abuela que le había oído contar el milagro a Juan Diego.

Caso que éste no sea un cuento de la abuela, le oiría contar lo que ya dije del pastorcito que la Virgen lo sanó apareciéndosele.

Así se proponía a mentir Haro en una pastoral dogmática, ¡Yae pastoribus Israel!

A mí me parece que las tales informaciones son la prueba más miserable que puede producirse en favor de la tradición.

Los ocho indios, de quienes se hace gran caudal, no sabían leer ni escribir; y como dice Gravina, citado al casa por Benedicto XIV, de la gente idiota no se debe admitir el testimonio en materia de milagros, porque pium existimant pro religione mentire.

Se les pendolea, sin embargo, en las informaciones los títulos de regidores y alcaldes, para que sonase por allá en Roma; pero en nosotros no equivalen a otra cosa que a mandaderos del alcalde español del pueblo, y valen menos que los regidores de la montaña en España, a los cuales veía yo en ciertos tiempos del año ir de oficio y en cuerpo a cortar personalmente leña, para proveer al convento de las Caldas, y con el vino que en agradecimiento les daban los frailes, volver tendidos y hechos una uva sobre la carreta en que hablan llevado la leña.

Los indios son mentirosísimos, y por eso eran tan terribles en la gentilidad sus leyes, que al que mentía entre los mexicanos le partían el labio.

Ponderando estas leyes y su antigua veracidad un indio ante Torquemada, dice éste que le preguntó cómo ahora no hablaban una palabra de verdad y siempre a todo dicen mayiuh, esto es, amen, o hágase así.

Y respondió que esto venía de haber faltado el freno de las leyes, y ser los españoles gente soberbia que a todo quieren oír un sí, puédase o no; de suerte, concluye Torquemada, que las aguas de mayo están corrientes entre los indios todo el año.

Lo cierto es que es tal su sencillez, que basta que cualquier español les cuente una cosa, para que ellos la aseguren con juramento, enclavijando luego las manos, y diciendo matralti, juramento, diez juramentos, mintiendo, me decía un cura, en el mismo acto, pues no son más que cinco las cruces de los dedos; Pondera bien esto Acosta “De propaganda indorum salute,” y dice que por eso la Inquisición que admite por testigos hasta las mujeres, no admite a los indios.

En tiempo de los sermones se reducía a panarras, a un fraile dominico se le antojó probar el día de Santo Domingo en Azcatpozalco que Santo Domingo había estado en aquel pueblo, y los indios lo conservan por tradición; de manera que si se quisiese hacer información jurídica, no faltaría una cincuentena que lo jurase sin escrúpulo.

Es célebre el decreto de uno de los virreyes del Perú, que mandó valiesen por un testigo ocho testigos indios oculares, y el Concilio Mexicano 3º manda que no se admitan aunque jurados a ser testigos contra sus curas, por ser manifiesta su propensión al perjurio.

Quoniam manifestum est, dice, cuam propensi sunt ad perjuria irsdi.

¿Y sobre el testimonio de oídas de ocho indios rudos se quiere afianzar un milagro, tal como el de Guadalupe, o por mejor decir, un complejo de veintiún milagros, que tantos me han resultado, poniéndome a contar los que incluye la tradición?

Los diez españoles verdaderamente no son más que para hacer bulto con la sonaja de las prelacias, pues algunos son de pocos años de reino, y dicen que así lo han oído (ya se ve después de veinte años de impreso) y creen que es tradición.

El testigo más viejo es un dominico de ochenta años llamado Arangúren, de quien pues no se pendolean los títulos, era sin duda algún fraile dromedario, de misa y ella.

Éste testifica lo que ya referí, que en más de 60 años nunca vio a la imagen de una misma manera, y que oyó decir a sus padres que cuando se trató de mudar la imagen de la antigua ermita a su primera iglesia, se le tuvo ocho días en una enramada en camino para ésta, para ver si quería ir o quedarse.

Cosa increíble, porque había en esto tentación de Dios, necedad e insulto.

Tentación de Dios, porque lo era querer que hiciese un milagro sin necesidad.

Necedad, porque debía haberse hecho esta prueba antes de hacer el templo; si no, quedaba inútil tanto trabajo.

Insulto a la madre de Dios, porque ella siempre pidió el templo arriba, donde lo tenía la tonantzin; y aun para designar que allí lo quería, aun la vez que habló abajo, hizo subir al indio a cortar arriba del cerrillo las flores, que es el prodigio a quien sin duda alude la Congregación de ritos en el oficio, cuando dice que con un prodigio señaló la Virgen el lugar donde quería se le erigiese templo: cuae inibi loci prope urbein pio neophito aedem sibi sacrama prodigio dicitur designasse.

Lo que sobran son informaciones hechas con gran número de testigos, en todo género de materias, que examinadas con un poco de crítica después, han sido reprobadas.

Y así concluyo este largo examen de la famosa tradición de Guadalupe, con el mismo texto de San Agustín, que tomé por epígrafe: non sit religio in phantasmatibus nostris; melius est enim qualecunque verum quam omne quidquid pro arbitrio fingi potest.

Adiós, señor; hasta otro correo.

Fuente:

J. E. Hernández y Dávalos. Historia de la Guerra de Independencia de México. Seis tomos. Primera edición 1877, José M. Sandoval, impresor. Edición facsimilar 1985. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. Edición 2007. Universidad Nacional Autónoma de México.

Versión digitalizada por la UNAM:http://www.pim.unam.mx/catalogos/juanhdzc.html

Nota 1 de J. E. Hernández y Dávalos:

Vuestra señoría recordará de lo que le dije desde mi primera carta, que para probar el milagro de la pintura,destruidos ya por Bartolache todos los fundamentos antiguamente, alegados, había recurrido el licenciado Borunda a decir que la imagen era un jeroglífico mexicano compuesto, que contenía los artículos de la fe.

Explicándolo conforme a su exposición, dije yo que el color negro de la luna simbolizaba el eclipse de la muerte de Cristo, que en efecto dicen Boturini y Veytia tenían pintado los indios en sus manuscritos como Benedicto XIV lo dice también de los chinos.

Esto se dirigía a cubrir el argumento arriba dicho; y decía Borunda que lejos de contener por eso la imagen el génesis mitológico de los judíos, estos lo habían inventado sobre el color negro de la luna de la Virgen.

Pero añadía Borunda que los judíos pintaban el eclipse de la muerte de Cristo el día quinto de la luna nueva.

Esto no lo puse, ni dije en mi sermón; pero hallaron mis censores está añadidura en unos apuntes que me había dado el licenciado Borunda, y sobre ella como si fuese mía, cargaron la censura mayor de su dictamen, pues dicen que es errónea porque se seguiría que el eclipse de la muerte de Cristo no fue milagroso.

Aquí hay malignidad contra mí, contra Borunda, falta de física, y falta de teología.

Malignidad contra mí, porque tal no había en mi sermón.

Malignidad contra Borunda, porque no dice quo el eclipse fue a los cinco días de la luna nueva, sino que los judíos lo pintaban, lo que puedo ser una santa verdad.

Falta de física, porque no se sigue que no fuese milagroso.

Lo primero, porque siempre lo sería, siendo universal, pues el eclipse de tierra proviene de la interposición de la luna entre ella y el sol, y siendo la luna más pequeña que la tierra, ningún eclipse de ésta naturalmente puede ser universal.

Lo segundo el de la muerte de Cristo duró tres horas, y ningún eclipse de tierra puede durar naturalmente arriba de un cuarto de hora, por la rapidez con que la luna pasa debajo del sol y sale del nodo donde se verifica el eclipse.

He dicho que también hay falta de teología en la censura, porque no es de fe que hubo tal eclipse.

El evangelio lo que dice es que hubo tinieblas, y los padres las explican sin eclipse.

San Crisóstomo dice que provinieron de nubes gruesas interpuestas, y Benedicto XIV haciéndose cargo de esto, dice que basta para explicarlas decir que el sol contra a sus rayos.

La especie de verdadero eclipse provino de que en los siglos bajos se hicieron célebres como legítimas las obras atribuidas a San Dionisio Areopagita, que dice lo vio.

Hoy se tienen por apócrifas.

Y dado que fuese eclipse, ¿de dónde consta que fue en plenilunio?

Señor, que la escritura mandaba que la pascua se celebrase en plenilunio.

Pero no consta en la escritura que los judíos fuesen buenos astrónomos para observar el punto del plenilunio.

Nosotros también tenemos el decreto del Concilio Niceno para observar la pascua el domingo siguiente al día 14 de la luna de marzo, y como desde entonces los plenilunios se fueron apartando, la hemos estado celebrando hasta diez días después, que se suprimieron con la corrección gregoriana.

Puntualmente sabemos que eran muy malos astrónomos los judíos; y hoy convienen los mejores teólogos en que estaban errados en la observación de la pascua el año que Cristo murió, y ponen su muerte en un año en que el plenilunio no fue en viernes.


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